miércoles, 15 de junio de 2011

Para comerte mejor


La última versión del clásico cuento popular Caperucita Roja nos traslada, tanto en lo estético como en lo argumental, a un universo muy similar al que ya transitamos en la saga Crepúsculo. No en vano ambos filmes comparten directora, Catherine Hardwicke, cuya visión se traslada una vez más a un relato donde las subtramas amorosas terminan acaparando más relevancia que la historia en sí.

La versión de Hardwicke introduce en el cuento clásico algunas variantes. La primera de ellas tal vez sea la de transfigurar al lobo en un hombre-lobo, con toda su parafernalia (sucumbir a la plata, la luna llena...) salvando el purismo (ya roto en Crepúsculo) de tener la capacidad de convertirse en bestia a su antojo. En este punto, el filme roza ya la frontera intergéneros, que terminará de cruzar cuando añada el elemento romántico. Efectivamente, Caperucita, además del lobo, la abuelita y el leñador, tendrá no uno sino dos pretendientes para dar colorido a una trama un tanto simplona: un hombre-lobo que acecha una aldea donde vive una joven enamorada de un apuesto leñador, pero cuya mano es otorgada en matrimonio a otro vecino de mayor riqueza (al que, en un momento dado, tampoco es que le importe demasiado el amor de Caperucita).

El único punto donde la película empieza a ponerse interesante es a la llegada del Padre Solomon (Gary Oldman), que ejercerá el rol del inquisidor cazador de brujas y otras alimañas demoníacas (al más puro estilo Peter Cushing, pero sin llegar a su nivel), que hará girar la trama hacia otro género diferente de los anteriores: el género policiaco. Así, transgrediendo por completo una de las moralejas fundamentales del cuento original (la aldea como lugar seguro y el bosque como lugar peligroso), la búsqueda del hombre lobo se convierte en una trama de intriga, cargada de sospechas veladas y de suspicaces miradas de vecino hacia vecino.

Después de todo lo mencionado, los guiños al cuento clásico parecen un intento vacuo por recordar al espectador que se encuentra ante una -aparente- revisión de la historia tradicional, la cual alcanza su cenit de infidelidad cuando se nos descubre que el lobo no quiere comerse a Caperucita sino llevársela de compañera en un viaje paternofilial hacia la gran ciudad.

El único elemento destacable del film es la actitud de la propia Caperucita, que es interpretada por Amanda Seyfried como una adolescente dueña de su sexualidad y que muestra en todo momento tener la iniciativa en su relación con el leñador que, a todas luces, y por muy Edward Cullen que nos lo quieran peinar, no es más que un rebelde de postín.


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