sábado, 8 de octubre de 2011

Día 8 de octubre: Ponga un portero automático en su vida


Este año, Sitges es como el tren de la bruja. Pasamos de un resto de luz, mínimo pero suficiente para aferrarnos aún a una realidad amable, hacia una vestidura de oscuridad cada vez más tupida. De las nieves hirientes de Eva (Kike Maíllo, 2011) a un edificio modernista de Barcelona, el fetiche de Jaume Balagueró, que vino con el resto de su equipo a presentar Mientras duermes, respiro en su tetralogía Rec. Y blancos son los saludos típicos, casi omisibles, que se intercambian un portero y los vecinos; blanca es la porcelana que puede terminar empapada de sangre. En Sitges, como a los narradores de cuentos tradicionales, gusta el olor del plasma por las mañanas.

Porque después de Intruders (Juan Carlos Fresnadillo, 2011) no nos abandona el imaginario tétrico de los Grimm o Perrault, y el mismo Balagueró invocó durante la rueda de prensa al lobo feroz y a la bella durmiente para definir a los protagonistas de su nueva película; un realista, aunque por momentos inverosímil, retrato de un maníaco incapaz de ser feliz, quien sólo halla cura en destrozar las vidas del resto. En especial de una joven risueña que planta sonrisas radiantes ante cualquier tropiezo. Una suerte de Amélie Poulain diabólica que deja un rastro de mala baba en los pisos vacíos de sus ingenuos habitantes. Las negras travesuras de este portero, César, interpretado por un Luis Tosar siempre eficaz y repleto de matices, despertaron no pocas risas en la grada del público; pero, ¿realmente merece esa respuesta? Mientras duermes, movida por un ritmo pausado pero desasosegante, funciona a pesar de los numerosos stalkers cinematográficos que la preceden: ahí estaban el vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931) o el hombre sin olfato de El perfume (Tom Tykwer, 2005), por poner dos extremos temporales, intentado que nos identificáramos con el villano. Quizá resulte difícil conseguirlo, aun sin llegar en ningún momento a justificarlo, pero resulta loable el intento por introducir escenas brutales en una línea recta de actos cotidianos. Amén de una denuncia soterrada a la pérdida de intimidad por la que se mueven los tiempos modernos, y de una involuntaria sombra que cae sobre el gremio de porteros…

Como drástico cambio de tono, la siguió en el Auditori la enésima adaptación de la obra maestra de Charlotte Brontë, Jane Eyre, dirigida por un joven Cary Fukunawa (Sin nombre, 2009), convencidísimo de que las versiones anteriores no consiguieron reflejar fielmente el espíritu tenebroso de la novela, pero la suya sí. Dejémoslo en su nube. Una película de este tono, el conocido romance entre la institutriz y el amo de la casa en pleno siglo XIX, parece aún más anticuada en un festival de este calibre, aunque el gótico haya fundamentado el género y no pocas cintas hayan rendido homenaje al motivo del ala prohibida y la mujer encerrada en el ático. La cinta, como todas las producciones de época de corte británico, exhibe una corrección de estilo ejemplar que se desinfla al buscar el más mínimo apunte de innovación. Quizá tampoco lo necesite, y al público más fiel le baste con una revisión moderna de ese señor Rochester que ha perdido toda su rudeza y luce rasgos firmes y trato suave de mano de Michael Fassbender. Un hombre bello en pantalla grande a media mañana es como un croissant recién hecho; todo lo opuesto al espanto.

Y para dulces los que parecían repartir en el acto especial organizado por la distribuidora de Amanecer (Bill Condon, 2011), cuarta entrega de la saga Crepúsculo. Pero falsa alarma: eran mochilas de merchandising pensadas para crear postes publicitarios gratuitos y andantes, junto a la guionista Melissa Rosenberg y un tal Booboo Stewart, cuyo nombre entra en colisión con su papel de pseudo-licántropo. Tras soportar unos minutos de carreras, chillidos y preguntas del público tan profundas como "Why are you so hot?", le perdonarán a esta robota que abandonara la sala a toda prisa. Un actor inteligente habría respondido que eso es imposible con el aire acondicionado del Auditori.

Un experimento curioso: enfrentar a los muchachos de Attack the block, película a competición, a las hordas de fangirls crepusculares, casi tan arrolladoras y peligrosas como los aliens simiescos y de dentadura ultravioleta que invaden la Tierra en la cinta de Joe Cornish. La práctica ausencia de material extraterrestre en el certamen de este año (a la espera de Nacho Vigalondo) se compensa con esta historia rodada desde el interior de un bloque de edificios suburbiales, asediado por bichos en un casi continuo fuera de campo. Sin embargo, la auténtica subversión del filme es ese modo de erigir a los gamberros de barrio londinense, tan noticiosos últimamente, en héroes incomprendidos. No falta un secundario clamando que siempre se arresta a la gente equivocada. ¿Podemos simpatizar con una panda de maleantes que dedica las horas a emborracharse, drogarse, abusar del débil y atracar chicas desprevenidas? Bien, también a salvar nuestro planeta de amenazas sobrehumanas. Pero dado que eso sólo pueden soñarlo frente a las consolas, permítanme decir que en mi caso resulta complicado empatizar con estos chicos. Connotaciones sociales aparte, en las que Cornish no pretende meter baza, la película no es Zombies party (Edgar Wright, 2004) ni Scott Pilgrim vs. the world (Edgar Wright, 2010), como se anuncia, pero su alma de gamberrada pop las hermana.

A última hora, un Balagueró visiblemente emocionado ha recogido su premio Máquina del Tiempo tras la presentación en exclusiva del tráiler de [Rec] 3 Génesis, donde Leticia Dolera proclama, entre sierras mecánicas y encajes blancos manchados de sangre, que ése es su día. El de Balagueró, al menos en cuanto a la omnipresencia de Mientras duermes, también.


3 comentarios:

Sergio Reina dijo...

Es genial el seguimiento que le estáis haciendo al festival. Mi más sincera enhorabuena¡¡¡

Media y del mar dijo...

Qué buena! Me he reído mucho con esta crónica. Gracias y, como Serreina, también digo ¡enhorabuena! ;))

Olivia Fall dijo...

¡¡¡¡Muchas gracias!!!! Yo no debo reírme mucho, o se me desatornilla la mandíbula.