lunes, 7 de noviembre de 2011

Ingredientes para el cine de serie B ochentero


Seguramente existan en todos los pueblos y ciudades del mundo, cada una con sus propias historias, mitos y leyendas. Se trata de las casas encantadas, tema recurrente a lo largo de la historia del cine de terror que, seguramente, tuvo su mayor apogeo a principios de los ochenta. En esta época, grandes directores se valieron de este recurso escenográfico y argumental para situar a sus personajes. Ejemplo de ello son El resplandor (1980) de Kubrick o Poltergeist (1982) de Hooper. Pero no todas las obras de los ochenta a tomar en consideración fueron grandes producciones de Hollywood, el cine europeo de serie B también se sirvió de esta temática con éxito. Es el caso del italiano Lucio Fulci, quien con un bajo presupuesto rodó en 1981 Aquella casa al lado del cementerio.

El argumento del filme gira en torno a la investigación que lleva a cabo Norman Boyle del extraño suicidio de su compañero, el científico Dr. Peterson. Todo lo que se conoce al principio de la investigación es que Peterson se trasladó al viejo caserón de Nueva Inglaterra junto a su amante para investigar a su antiguo dueño, el Dr. Freudstein (algunos dicen que el nombre surgió de la fusión entre Freud y Frankenstein); aunque esta investigación acabó prematuramente porque Peterson mató a su amante y se suicidó. Ahora Norman y su familia son los que ocuparán la casa para averiguar qué pasó verdaderamente.

A esta extraña historia basada en una serie de muertes e investigaciones, hay que sumar el peculiar modo de dirigir que tenía Fulci. Su cine nunca fue convencional, dedicándose más a crear escenas y momentos, renunciando a la lógica para colocar a sus personajes en el lugar que quería en el momento que le convenía. Esta película no fue ninguna excepción. No sabemos si a la hora de rodarla Fulci decidió dejarse el guión en casa (y se inventó las situaciones en pro de la imagen deseada) o si el guión ya carecía de sentido alguno cuando fue escrito. 

Muchos le acusarán de crear escenas de la nada, de sus penosos actores, de que el giro final deja mucho que desear o de unos ya decadentes efectos especiales incluso para la época. Los más quisquillosos podrían hasta resaltar lo cutre que puede resultar utilizar como sonido ambiente de la noche unos lobos aullando. Pero otros apreciarán que el prescindir de un guión está al servicio de una sucesión de escenas sin sentido, con personajes que aparecen y desaparecen, con el fin de hacer cine en su estado más puro creando imágenes que resultan aterradoras. Destaca también la forma de matar gente que tiene Fulci, sirviéndose de la violencia explícita que en muchos momentos roza el gore gracias a los litros de sangre que se vierten a lo largo de la película, combinado con un suspense bien repartido y unos cuantos sustos fáciles. 

Seamos de una opinión o de otra, lo que queda claro es que Aquella casa al lado del cementerio tiene todos los ingredientes esenciales de una película de terror ochentera: una gran casa lúgubre y oscura, un cementerio, zombies, personajes fantasmales, murciélagos, asesinatos y hasta un niño con cierto aspecto diabólico e inquietante que acaba resultando de lo más aterrador; y es que, como decía Fulci, “no sabemos si los niños son monstruos, o si los monstruos son niños”.

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